Presentación de Margrit Schiller por Cecilia Duffau

Presentación del libro Exilio, Exilio y Desesxilio de Margrit Schiller en los galpones de AFE en Santa Lucía * 15.12.2012

Margarita nació en Alemania, y hoy tiene 64 años. Su padre fue soldado fascista. Su familia fue una más de aquella sociedad que avergonzó el mundo. La infancia y la adolescencia de Margarita navegaron en el hambre de posguerra. Pero Margarita se salió, se desprendió de esas ataduras y a los 20 años fue parte protagonista de la revolución juvenil del 68.

Su primera militancia radicó en un movimiento poco conocido para nosotros que se llamó “antipsiquiatría”, resumiendo: un movimiento que luchaba por incorporar a la sociedad a los más débiles de sus miembros haciéndose responsable de ellos y no excluyéndolos en jaulas de medicación.

Luchar por la revolución socialista en países altamente desarrollados, con políticas sociales protectoras amplísimas, resultaba dificilísimo de visualizar. Pero esa generación del 68, fue una generación revolucionaria, genuinamente revolucionaria. En Alemania, como en Estados Unidos, como en Italia y otros muchos países, la militancia centró su solidaridad con los vietnamitas en lucha contra la guerra de Vietnam.

 

   

 

Así es que se creó la organización alemana Fracción del Ejército Rojo (RAF, por su sigla en alemán). No sentían que iban a salvar el mundo, pero sí que iban a ser “parte” por eso lo de “fracción”. Sus primeros objetivos fueron de solidaridad con los vietnamitas. (Como ejemplo: una famosa acción fue el atentado contra la sede de la OTAN donde hacían escala los aviones yanquis que iban a bombardear Vietnam).

La organización fue duramente reprimida y Margarita, entre otros, fue a prisión. Después de dos años la soltaron y a poco volvió a caer, cumpliendo casi 7 años. Una experiencia durísima. El gobierno alemán experimentó con los presos de la RAF el sistema de “pabellón muerto” (“toter trakt”); un sistema de máximo aislamiento, ponen al preso o presa en la celda de un pabellón totalmente vacío, sin otros presos, sin ruido alguno. Podía leer, escuchar radio y otros beneficios, pero cero comunicación. Este mecanismo usado durante un tiempo prolongado logra las sensaciones desaparezcan, la identidad se diluya como agua entre los dedos, el cuerpo queda entero pero el alma se va. Este sistema luego fue usado por los yanquis en Guantánamo.

Ella escribe sobre toda esta experiencia, como de la resistencia de la RAF con prologadísimas huelgas de hambre. También sobre su relación y su compromiso partidario cuestionando la lucha armada. Es un libro que conmueve e invita a la reflexión “Una dura batalla por los recuerdos”.

El sistema carcelario como el judicial son atroces. En Alemania uno puede ser juzgado varias veces por el mismo artículo del código, a la tercera condena por la misma causa puede recibir cadena perpetua.

Margarita fue alertada de que esto podía pasarle, no tenía garantía ninguna de vivir libre en su país. Así que debió partir al exilio.

Exilio, el significado original de esta palabra en latín es “saltar fuera”.

Entre los griegos, exilio se traducía como “ostracismo”. En la Antigüedad el exiliado, el desterrado, era tratado como ciudadano de segunda, incluso el destierro era equivalente a la pena de muerte.

En la Edad Media Dante Alighieri describió que la suerte del exiliado era como “sentir un sabor amargo, la boca llena de pan de extraños y conocer cuán duro es el camino de subir y bajar por escalera ajena”.

Shakespeare, por su parte habló del “pan amargo del exilio”.

Quiero agregar la reflexión de Sandor Marai, un escritor húngaro, contemporáneo, que murió en el exilio pocos días antes de la caída del muro: dice que cada persona, en el proceso misterioso y terrible de la vida, tiene a alguien que es su testigo. Este testigo es un defensor, su acusador, su vigilante, su juez y al mismo tiempo su cómplice. El testigo es el único que te conoce de verdad.

¿Qué será de la persona que debe partir al exilio sin ese testigo?, ¿sin esa referencia insustituible?

Margarita partió al exilio sin su familia, sin sus amigos, sin sus compañeros, sin su testigo.

Ni siquiera tuvo la ventaja que tuvieron, por ejemplo, los españoles republicanos al llegar a Buenos Aires o Montevideo donde se hablaba su propia lengua. Hay uruguayos que pueden comprender algo de esto porque llegaron exiliados a Suecia. Pero Margarita estaba sola, sin que nadie hable alemán y sin ella hablar castellano.

Un ejemplo. Tuve la oportunidad de compartir con Margarita talleres de memoria sobre la cárcel. Éramos un grupo de 8 o 10. Funcionábamos con un grabador en la mesa, hablábamos de a una. Pero cuando apagábamos el grabador, lógico, hablábamos todas al mismo tiempo, y sí, nos entendíamos. Pero ahí Margarita ya no podía seguir la conversación. Nuestras lenguas son diferentes: la parte fundamental de una frase es el verbo. En castellano el verbo está al comienzo de la frase, en alemán está al final. Esto hace posible que nosotros, de habla castellana, podamos hablar todos al mismo tiempo, y entendernos, en alemán hasta que una persona no termina la frase no se sabe qué quiere decir…

En el exilio, Margarita ha tenido una profunda actividad reflexiva. Primero reflexionó sobre su experiencia en la lucha armada y la cárcel, que plasmó en su primer libro “Una dura batalla por los recuerdos” y a renglón seguido reflexionó sobre la partida forzosa de su país y la durísima tarea de integrarse a otra sociedad, a otro idioma, a otra cultura en este libro que presentamos hoy: “Exilio, exilio y desexilio”.

Margarita vivió 8 años en el exilio cubano y 10 en el uruguayo.

En Cuba encontró una realidad impensada: Pensemos en la Cuba revolucionaria bloqueada, hambreada, con la espada de Damocles de la invasión sobre su cabeza, con un Estado vigilante, detectando sospechosos… Una sociedad alegre, pero intrínsecamente machista.

Al otorgarle Asilo, el gobierno cubano le prohibió a Margarita hablar de ella misma, de por qué estaba ahí, de su militancia revolucionaria en Alemania. Podemos decir que los primeros tiempos fueron de ostracismo absoluto.

Después, mucho después, vinieron algunas dulces. Cuba le desnudó las alegrías del cuerpo, se le pegó la música, se largó a bailar, apareció el amor y los hijos.

Luego debió partir y eligió Uruguay, aquí pudo empezar el intercambio político que tanto deseaba, aunque no fue nada fácil. Atravesó la pobreza, conoció nuestro racismo sutil, pues su marido era negro y sus hijos mulatos con marcados rasgos afro descendientes.

En este libro –como el primero, sumamente entretenido de leer– desnuda, desde su experiencia personal, los claroscuros de sociedades que idealizamos siempre, la cubana por ser cubana y la uruguaya por uruguaya. Describe con honestidad y fineza las expectativas y los tropiezos de un camino que estuvo obligada a tomar. Las páginas escritas con profundo esfuerzo, son fieles a sus sentimientos y a la verdad. Es un trabajo de memoria muy laborioso del que todas y todos debemos aprender.

Cecilia Duffau

* Organizado por el Colectivo ESPIKA de Santa Lucía y Letraeñe ediciones

TEMAS DE COMCOSUR MUJER 362 – 19/12/2012

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